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Rockingham, WA

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Rockingham es un pueblito a 40 kilómetros al sur de Perth. No hemos explorado mucho, ya que íbamos preparados para disfrutar de un típico día de playa. Había muchísimos pescadores, aficionados, muchas familias enganchadas a la caña, sacando peces uno detrás de otro. Estaban por todos lados: en el muelle, en la misma arena de la playa y en el cabo Peron. El cabo Peron no tiene faro, pero está lleno de calitas en las que sólo se oye el vaivén de las olas.

Rockingham is a city 40 kms south-west of Perth. We were more ready to enjoy a warm autumn beach day than be tourists.  I’ve been impressed by the amount of people and families fishing, everywhere. They caught big ones and I could see the fish in the ocean from the jetty. Close to Rockingham there is the Cape Peron, a nice spot full of small bays where you only listen the rolling waves.

 

 

 

 

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Rodando por Australia Occidental / My WA road trip (Esp / Eng)

 

Estoy empezando a creer que ese «en Perth (o Australia Occidental) no pasa nada» ha sido un invento de sus gentes para no compartir con nadie lo que hay a este lado de la isla. Ésta ha sido nuestra ruta en coche por la costa oeste y un poco del interior.

I’m starting to believe that the stereotype about nothing happening in Perth (or WA) is a strategy from the locals in order to avoid tourists and visitors. Maybe, they don’t want to share what the western Australian side has. Here you are some pics of our road trip across the WA coast and inland.

 

 

 

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Experiencia AUssieYouTOO.com / My AUssieYouTOO.com experience (Esp / Eng)

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Todo lo bueno siempre pasa rápido. Llegué hace una semana a Byron Bay con motivo de la reunión anual de AUssieYouTOO.com para los que escribo una sección semanal en su blog, el BEontheGO.

A mí siempre me cuesta despegar un poco. Aunque conocía a muchos de ellos por conversaciones telefónicas y correos electrónicos, no los había visto nunca. Primero observo y escucho y luego ya me lanzo a la piscina. Como espectadora, me ha gustado ver la sintonía que hay entre todos ellos, en el trabajo y fuera de él. He compartido jornadas laborales, pero también playa, barbacoa, surf y sobremesa.

Estos días, la casa de Marta Caparrós ha parecido una comuna en la que ha habido espacio para todos: el sentido de humor de Jessica, los bailes de Isa, la iniciativa de Juan y Javi, que nos cocinaron un súper menú el domingo, las preguntas de Leti, la asertividad de Marta y Carla, los conocimientos informáticos de Quim y Roser, la organización de Núria… Me dejo a muchos, lo sé. Hemos sido 20. Me ha faltado tiempo. No me quiero olvidar de Maidertxu, que no es de la empresa, pero vive en casa de Marta y es lo más.

Hoy ya nos vamos algunos. La idea era trabajar, pero sobre todo conocernos y reforzar los lazos entre el equipo, desperdigado por Australia, España e Italia.

Yo me voy con los objetivos cumplidos.

 

My AUssieYouTOO.com experience

workshop

Time flies when I enjoy something. I arrived in Byron Bay last week for the annual meeting with AUssieYouTOO.com, the company I write for a weekly section in their blog called BEontheGO.

Although I’m a social person, when I meet new people I need a little bit of time to observe, listen to them and interact with them. I know the AUssieYouTOO.com team members, but I hadn’t met them in person. As an observer, I’ve enjoyed how the members of the team are in tune with each other, in and out of work. We’ve worked a lot and also shared bbq, beach, surf and spare time.

The last week, Marta Caparrós’ house looked like a commune. I’ve enjoyed the sense of humor of Jessica, Isa dancing, Juan and Javi cooking for the team, Leti asking everything, Marta and Carla being assertive, the IT knowledge of Quim and Roser, Nuria being so self-organized… I will remember Maidertxu, who is not an AUssieYouTOO.com team member but lives in Marta’s place. She is so cool.

Today I fly back to Perth. The aim of this week has been working together and strengthen relations between the team members, all spread over Australia, Spain and Italy.

I say goodbye having met the objectives.

 

 

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Byron Bay, mi visado de trabajo y vacaciones / Byron Bay, my Work and Holiday Visa (Esp / Eng)

Byron bay

Si tuviera menos de 30, podría ser de las que se viniera a Australia con el visado de Trabajo y Vacaciones, recientemente aprobado. Me tiraría un año en Australia, que repartiría en trabajar lo menos que pudiera para pasarme el resto viajando por la isla. Serían unas vacaciones distintas, en un lugar remoto y con una fecha de caducidad.

Tengo 35 y estoy fuera de concurso, pero esta semana voy a vivir un paréntesis con muchas similitudes a este visado.

Cada martes escribo para AUssieYouTOO.com la sección BEontheGO donde hablo de la vida –y mi vida- en este país. También me encargo de las newsletters. Esta empresa tiene trabajadores repartidos por Australia y otros países y esta semana los han invitado a todos a Byron Bay, donde está la sede, para hacer un encuentro laboral. Yo también estaba en la lista.

La semana se plantea entre jornadas laborales y tiempo de ocio: talleres, presentaciones, lluvia de ideas… El objetivo es trabajar, claro, pero también que nos conozcamos para conseguir que esa distancia que hay entre nosotros sea algo circunstancial.

Para mí, además, es la excusa para conocer Byron y compaginar trabajo y ocio. Voy a conocer a compañeros con los que siempre hablo en la distancia (espacial y temporal), voy a ver si me atrevo a surfear, veré amanecer desde el Faro y observaré qué se mueve por este pueblito, el punto más al este de Australia.

¡Qué guay mi visado!

Bryon Bay, my Work and Holiday Visa

faro byron bay

If I was less than 30, I could apply for the Work and Holiday visa, recently approved for Spaniards. I would spend a whole year in Australia working as little as possible to pay my trips around the island. They would be a different holiday, in a far land and with an early expiration date.

I’m 35 and I’m not eligible for that visa anymore, but this week I’m going to experience a kind of Work and Holiday Visa. I write a weekly post for AUssieYouTOO.com under the section BEontheGO. I write about living in Australia (and my life in it). I write the newsletters as well. This company has employees all over Australia and other countries and this week they have organized a working meeting in Byron Bay, where the Head office is. I’ve been invited too.

A lot of workshops and leisure activities have been scheduled during the week. The objective is working and introduce the staff members to each other to shorten the distance and turning it into a meaningless detail.

This invitation is an excuse for me to visit Byron and combine work and leisure. I’m going to meet colleagues who I skype with, are a voice at the other end of the line or I communicate with via email. I’m going to try surf, see the sunrise from the Light House and observe people around this village, the easterly point of Australia.

Such a nice visa!

 

 

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Un final perfecto / A perfect ending (Esp / Eng)

Hoy es mi último día en Melbourne. Después de 26 horas volando, una joven de 32 años, exhausta, llegaba a Australia. My casera me recogió en el aeropuerto a las 2.30 de la madrugada. Mi primera casa estaba en Middle Park, un adosado precioso, renovado y tranquilo. La vida allí fue fácil.

31 meses después ya tengo 35 y me mudo a Perth, donde mi marido está ya esperándome. He pasado los últimos días en Melbourne en casa de mi amiga Sarah. Ella también vive en Middle Park, en una casa inundada por el sol. Veo el mar todos los días y lo huelo. Veo el recorrido a lo largo de estos 31 meses y me siento satisfecha.

Creo que es un final perfecto.

IloveMelbsm

 

A perfect ending

Today is my last day in Melbourne. After 26 hours flying, an exhausted 32 yo woman arrived in Australia. My landlord picked me up at the airport. It was 2.30 am. I started living in Middle Park in a beautiful, quiet and refurbished house. Everything ran smoothly.

31 months later, I’m 35. I’m moving to Perth and my husband is already there. I’ve spent my last days in Melbourne in Sarah’s place. She is my friend and lives in Middle Park. I can see the sea every day, I can smell the sea and the sunlight is all over this peaceful home. I can see myself 31 months ago. And I like what I see.

I think is a perfect ending.

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Tasmania

Soy un desastre preparando viajes. Yo no me estudio la Lonely Planet, no miro las fotos de la wikipedia, siempre se me olvida meter algo crucial en la maleta y casi nunca sé qué voy a hacer exactamente cada día de las vacaciones. Esta actitud me pone histérica, porque me gusta controlarlo todo, pero soy incapaz de sentarme a planear. Quién lo diría.

Sin saber nada de Tasmania, no quería dejar fuera de mis vacaciones la isla que descubrió Abel Tasman en 1642. Sin una ruta muy estricta, pero con la visita obligada a la cárcel de Port Arthur, mi chico y yo decidimos ser caracoles por una semana y recorrer la isla en una caravana. Fue la mejor decisión que tomamos porque en Tasmania puedes acampar en los parques naturales o junto al mar y dormirte mecido por el sonido de las olas o del agua veloz que baja por uno de sus tantos ríos. No lo sabía, así que fue una sorpresa muy agradable.

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Nos lanzamos a la carretera con muchísimas ganas y con la actitud de dejarnos sorprender como sólo los niños saben hacerlo. Nos dirigimos como punto de partida al South Cape, el cabo más al Sur de Australia. Es la zona más cercana a la Antártida y desde allí  se ven ballenas en invierno. El plan era ver el paisaje y subir hacia la mitad de la isla. Nunca pensé que pudieramos aparcar la caravana a dos metros de la playa, y mucho menos que esa arena fuera blanca, tanto, que hacía que el azul gélido del mar fuera más intenso y la vegetación mucho más verde. Nos quedamos enganchados a la postal y decidimos hacer noche allí. Si había alguna ruta, la dinamitamos.

Así fue como fuimos decidiendo sobre la marcha, marcando lugares en el mapa. Y así fue como llegamos a las Hasting Caves, cuya historia se remonta a hace millones de años y que tiene estalactitas tan grandes que parecen haberse formado sólo con la intención de mantener a raya a los exploradores poco respuetuosos. Así fue como nos adentramos en el Mount Field Natural Park, como vimos las cascadas de agua, como alimentamos a canguros y acariciamos a un Demonio de Tasmania. Así fue como llegamos a Bicheno y andamos sobre el mar, literalmente, hasta la Diamond Island, para bañarnos en el mar de Tasmania, con el único propósito de poder contarlo. Así fue como cruzamos ciudades arrasadas por el fuego, sólo detenido por la presencia del mar, y como compramos ostras y calamares deliciosos a pescadores locales. Así fue como descubrimos una isla que todavía parece virgen.

Port Arthur

Fue una semana relajada, que no podía terminar sin mi anhelada visita a Port Arthur, literalmente un complejo para convictos, donde iban a parar los ingleses más peligrosos y malvados, porque una vez allí no había manera de salir de ese pedazo de tierra, rodeada de agua excepto por un trocito de cien metros que la conecta con el resto de la isla.

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Metí en mi cabeza delitos inimaginables, oscuros, desagradables, acordes con el lugar,  hasta que empecé a leer las leyendas. Así descubrimos que muchos de esos terroríficos criminales estaban pagando penas de más de 30 años por pequeños hurtos o tenían unas ideas políticas contrarias a las vigentes. Supimos también que algunos de esos delincuentes eran niños de 7 años, a los que se les encerraba en una isla, Point Puer, a pocos metros de la cárcel, porque habían robado, por ejemplo, fruta. Los presidiarios dormían en celdas de poco más de un metro cuadrado y me imagino que la vida allí, en ese paisaje paradisíaco, sólo fue bella para las mujeres de los militares que estaban al mando.

La prisión estuvo en marcha desde 1833 hasta 1877. Después las tierras se repartieron, pero el complejo quedó arrasado por un incendio y el nombre de Port Arthur siempre estuvo asociado a lo que allí se vivió, a la vergüenza de lo que allí se hizo. No fue hasta los 80 cuando empezaron los trabajos de conservación de la cárcel y los edificios de lo que llegó a ser una ciudad industrial productiva gracias al trabajo inhumano de aquellos delincuentes.

El día que visitamos la cárcel era soleado, no había ni una sombra de aquellos fantasmas.  Los australianos han hecho un trabajo excelente. Lo han puesto todo bonito, con papel de regalo y lazo incluido, te montan en un barco y te dan una carta con la identidad de uno de los presos, para que conozcas de primera mano su historia.

Yo, que soy una inconformista, sigo pensando que ojalá hubiera estado nublado.

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Tener miedo / Being afraid (Esp/Eng)

Mi madre es una de esas madres sufridoras. Cuando yo era pequeña, nunca me dejaron ir a estudiar inglés a Inglaterra «por si me pasaba algo». Mi madre no quería que saliera por la noche «por si me pasaba algo». Cuando empecé a conducir, me rogaba que no fuera a la ciudad «por si me pasaba algo». Con tanta repetición, mi madre terminó vistiéndome involuntariamente con una capa de miedo.

Cagada de miedo un día decidí que iba a empezar una nueva vida. Y los nuevos pasos me trajeron a Australia. Viajé sola por primera vez, tuve que desenvolverme sola por primera vez, hacer nuevos amigos, encontrar mis nuevos sitios. Mi madre tenía miedo por mí y sufrió mucho.

Todavía con el miedo en el cuerpo y el estado de alerta funcionando, empecé a viajar y a hacer lo que los que para mí son aventureros hacen de manera natural. Así que ignoré las inseguridades y me quité las capas poco a poco.

amigas extremas / extreme friends

Cuando hace días aterricé en Cairns, en el Norte de Australia, mis amigas y yo empezamos a bromear con el hecho de tirarnos en paracaídas sobre la barrera de coral. La idea era demasiado buena como para dejar que el miedo me paralizara. No sé cómo, pero hoy tenía el arnés puesto. La idea era un hecho. En la avioneta estaba tranquila, pero conforme íbamos subiendo, he visto a mi madre, que me decía que qué necesidad había de hacer semejante idiotez. Cuando se ha abierto la puerta del avión y el viento me ha devuelto a la realidad que se avecinaba en segundos, me ha entrado el pánico.

Una hora después del salto, he visto el vídeo y mi cara es de sufrimiento. Quería hacerlo, pero estaba muy asustada. Incluso le digo al instructor que no, que no, que no, que no quiero saltar. Pero ya era tarde. Lo siguiente ha sido el salto, el cuerpo del revés, el grito y los ojos cerrados. Mi cara seguía en pánico. Después ha sido el atrevimiento, el de abrir los ojos, el de ser consciente de que estaba en caída libre, de que había saltado desde 14.000 pies. Más tarde ha llegado la sonrisa, el flipar y la relajación. He pensado tanto en mi madre, que ya con el paracaídas abierto le he dedicado unas palabras. Sentía la necesidad de hablarle, de decirle que lo había hecho y que no había pasado nada.

La envidia estética

Viendo el vídeo con mis amigas nos hemos reído mucho de mi cara de susto. Ellas lo han pasado genial durante su experiencia. Salen hermosas, divirtiéndose, emocionadas. Su vídeo me ha despertado envidia estética. Yo no soy valiente, quiero decir, el tipo de persona a la que le gusta el riesgo de manera regular en su vida. Seguramente mi vídeo hubiera sido más bonito si hubiera estado menos asustada. Me hubiera gustado sonreír, guiñar un ojo a la cámara, hacer coreografías sobre el vacío, dar el discurso de mi vida planeando sobre el coral. Pero me entretuve luchando contra mis propios miedos.

El resultado es un vídeo igualmente bello en el que se ve cómo esa pesada capa ya no estaba cuando mis pies han tocado la arena.

Todavía me siento como si estuviera en las nubes.

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BEING AFRAID

My mum has been always a suffering mother. When I was a child, I never studied English abroad just in case something (bad) happened to me. My mum didn’t want me to go out or drive in the city. Everything for what could happen. So many times she repeated this message that she dressed me with a coat of fear unintentionally.

Even with that fear, one day I decided to start a new life. And the new steps brought me to Australia. I flew for the first time on my own, I had to deal with a new environment, made new friends, found my new own places. My mum was afraid and she suffered a lot.

I was afraid too and my alert system was running smoothly, but I started travelling and doing what adventurous people do naturally. I didn’t pay attention to my insecurity and I started taking my layers off little by little.

Some days ago I came to Cairns, in the North East of Australia. My friends and I were joking about skydiving above the Great Reef Barrier. It was such a great idea and I didn’t want to be scared stiff. I don’t know how, but this morning I had the harness on. The idea was a fact. In the plane I was calm but as we were going up, the image of my mother came up. She was telling me that there was no need to do such a stupid thing. When the door opened, the strong wind got me back to earth. I was freaking out.

After the jump, I’ve watched the video and my face was an authentic drama. I wanted to skydive, but it gave me a hard time. I beg the instructor not to jump. I don’t want to do it, I don’t want to do it, I insist. But it was too late. The next thing has been the jump, my body upside down, the shout and my eyes closed. My face showed I was panicking. After that, I dared open the eyes, I was aware of being in free fall, as I had jumped from 14000 feet. Later, I could smile, went crazy for the experience and relaxed. I’ve thought of my mother and after my parachute opened I’ve spoke to her, to the camera. I needed to talk to her, explain what I had done and that everything was ok.

My friends and I watched the video and made fun of my scared face. They got the most of their experience. They look beautiful, enjoying, exited. Their video made me feel jealous. I am not as brave as people who like the adventure regularly. I suppose my video would have been more beautiful if I had been less afraid. I wish I had laughed, winked an eye to the camera, danced across the air space, made the best speech ever above the Great Reef Barrier. But I was fighting against my own fears.

The result is a beautiful video in which you can see how that heavy coat wasn’t there once I landed on the sand.

I can still feel myself flying.

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The Great Ocean Road

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Ser turista en la ciudad en la que vives es nuevo. No es como en España, cuando me quedé sin trabajo y empecé a diseñar una estrategia para el futuro. Aquella vez, hace un año ahora, estudié mis posibilidades una vez que el periódico ADN cerró y nos dejó a todos en la calle de un plumazo. Llegué a Australia para estudiar mucho y he trabajado con la misma intensidad. Ahora, con los billetes de vuelta para España, los títulos y la declaración de la renta en mis manos, tengo un mes y medio por delante para turistear, para disfrutar de mis amigos, sin estrés, para hacer nada.

Así que ya he empezado con el tour oficial, con la primera parada en la Great Ocean Road. Esta carretera, que empieza en Torquay, paraíso para los surfistas compradores compulsivos, y llega hasta Adelaide recorriendo paralelamente la costa abrupta, empezó a construirse en 1918. Fue un homenaje a todos los hombres que habían luchado en la I Guerra Mundial y alguno de los soldados participó en el proyecto. Fue el primer paso para abrir la zona costera al turismo y al desarrollo, pero fue un trabajo arduo, por fases. Primero fue una carretera de un solo carril que más tarde se amplió, ganándole terreno al paisaje salvaje, a veces tan beligerante como alguno de los enemigos a los que los soldados plantaron cara en el campo de batalla.

Este fin de semana yo fui una de esas trabajadoras que recorrió ese camino y fue descubriendo, tras las curvas de esos acantilados temerarios, las sorpresas que el mar ha ido labrando tras años de erosión. Así que me imaginé trabajando duro, quitándome el sudor de la frente y mirando al horizonte, dejándome maravillar por la vista que ofrecen los Doce Apóstoles, esas columnas de piedra que desafían al océano sólo con la intención de dejar boquiabiertos a los exploradores que todavía conservan una mirada inocente. Porque en estos escenarios lo mejor es no dar nada por hecho y dejar paso a la sorpresa. Por eso, también me impresionaron el Arco, la estrechez de Loch Ard Gorge, el London Brigde, las cuevas naturales, la fuerza de las olas, lugares que llegan tras hacer kilómetros por los bosques recónditos del Otway park, lleno de eucaliptus habitados por koalas, sequoias más altas que las nubes y caminos complicados para coches familiares.

Una compañera de trabajo me contó que muchos melbournianos viven aquí y nunca han conducido por ese asfalto. Me pregunto cómo serán de apretadas sus agendas, tanto, que les impiden reservar un fin de semana para darse el placer de quedarse mudos ante lo que aquellos soldados nos sirvieron en bandeja.

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La Minimí viajera

541992_10151394508595041_516818114_nSiempre que he viajado he elegido cuidadosamente los complementos que meto en mi maleta. No puedo vivir sin los pendientes y, aunque los collares no eran lo mío, ya no puedo dejar de colgarme éste, un diseño de Irene Belenguer, las manos mágicas que se esconden tras Las Minimís.

Lo elegí por ser fucsia y empezó a venir conmigo a muchas fiestas, a jornadas laborales en la que tenía que vestir bien y a los viajes. La primera foto se la hice cerca de casa, en Almería, para que se sintiera cómoda. Después me la llevé a Berlín y más tarde la retraté en Londres. Me acordé entonces de Amelie (Las fabulosas aventuras de Amelie Poulain), cuando le pedía a su amiga azafata de vuelo que fotografiara a un gnomo de jardín en cada ciudad a la que viajaba para animar a su padre a que hiciera lo mismo. Pensé que sería bonito tener una foto con ella en cada lugar al que fuera. La misma pose con un escenario que cambia me parece divertido.

Mi Minimí viajera se vino a Melbourne y me la llevé a Sydney, para pasearla por el Harbour y que me acompañara cuando andaba sola por la ciudad. Quise inmortalizarla con la bandera australiana detrás, para que Irene vea lo mucho que también ella ha andando. La Great Ocean Road, Cairns y Tasmania son sus próximas paradas. Prometo foto.

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Sydney. Día 4

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El tiempo inestable quiso que el color con el que dejé Sydney fuera el mismo con el que aterricé: ese gris que muda los estados de ánimo hacia la parte pesimista. Será por eso que me pareció el día perfecto para cruzar el Harbour Bridge andando, con el viento helado sofocando el sudor de lo que yo pensaba iba a ser una larga caminata. Crucé a la otra parte de Sydney en tren y me dirigí hacia las escaleras. La primera sensación una vez arriba fue la de vértigo, la inherente a la altura, pero también el vértigo por el viaje, por las emociones vividas estos días, por la sensación de libertad, de concesiones a mis voluntades caprichosas.

En el paseo, que completé en poco más de media hora, la precisión de los hierros ensamblados a lo largo del puente se disputa el protagonismo con las vistas, ésas en las que pueden convertir un trayecto de 25 minutos en todo un día. Porque la panorámica sobre la Bahía, con la Opera House a tus pies, hipnotiza, te cautiva, con la única misión de hacerte pensar que merece la pena vivir en esa ciudad tan hostil, en la que todo se vive de manera acelerada.

El paseo acabó en The Rocks ese barrio lleno de ladrillos rojos, que me recordó al londinense Brick Lane y que me remiten a las zonas industriales. Por algún lugar leí que es el más antiguo de Sydney, así que creyendo la leyenda me dejé perder por sus calles, hasta que aparecí en una plaza llena de cafés, donde encontré varias postales a las que puse cinco remitentes y un puñado de palabras.

Fue mi último paseo sola por la ciudad y me fui a encontrar a mis amigas para irnos al Fish Market, esa maravilla que sólo entendemos los que estamos locos con el pescado. Me di un homenaje: langosta, un variadito de productos del mar y ostras naturales. No las había probado en mi vida. No sé qué fue mejor, si el ritual de prepararlas o comprobar que esa textura extraña era deliciosa.

De ahí nos lanzamos a la última parada antes de volver al aeropuerto: el Darling Harbour, donde buscamos un Mad Mex sólo por el guiño de hacernos una foto como clientas y no como trabajadoras, nos compramos un helado y nos sentamos frente al mar, para empezar a añorar un viaje que todavía no había terminado.

Como todos los viajes que he hecho, la mejor sensación es la última, ésa que sientes cuando estás en el avión, te dicen que estás a punto de aterrizar y sientes que vuelves a casa.

Es la primera vez que he sentido que mi casa es Melbourne. Y me gusta.

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