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Diego El Cigala (Esp / Eng)

Es lo más impuntual que le permite el protocolo en un país anglosajón. El espectáculo empieza cinco minutos tarde, pero él no hace su aparición hasta que su banda ha dado calor a ese auditorio frío, pero expectante.

Diego El Cigala sale de un cuarto oscuro y misterioso acompañado por el ritmo de su banda y los aplausos que llenan mi mente de expectativas.

No tengo ni idea de flamenco y ser española en Melbourne no me concede ningún título de experta en la materia aunque muchos extranjeros lo supongan de forma automática. En mi vida, la música de Diego El Cigala sonaba de fondo, como cualquier otra melodía, hasta que empezó a formar parte de mi banda sonora. Esteban, mi amigo y compañero de piso, canturreaba sus canciones muchos sábados por la mañana cuando preparaba el desayuno acompasado por aquel sol que inundaba nuestro salón de luz y energía.

Esteban me regaló el cedé Blanco Y Negro, de Bebo Valdés & El Cigala, para que me acompañara en mi nueva vida. Desde entonces, muchos otros sábados, y domingos, pero también lunes, o miércoles, ese sonido que sólo puede ser cantado desde las entrañas ha acompañado el hilo musical de muchas jornadas australianas.

Diego, ese gitano que bebía algo naranja y entraba y salía de ese cuarto oscuro con tanta naturalidad como salero, condujo a su público por las sendas del amor y el desamor, la ira, el odio, la desesperación, la contradicción, la pasión. Sin embargo, le arrancó pocas palmas a los espectadores, cuya cordura nunca terminó de ser aniquilada por la desinhibición que desde el principio inundó mi cuerpo.

Lo repito. No soy una experta en flamenco, ni hace falta. Porque para dejarse llevar por aquella voz rasgada y a veces rota sólo hay que ser capaz de ver algo cuando es bueno. Y sentirlo. Eso, y deshacerse de cualquier contención.

Las cosas buenas, como casi siempre, llegan sin esperarlas. Como El Cigala, la propuesta que se convirtió en plan tres horas antes de que ofreciera un concierto en Melbourne. Hubiera sido de locos dar un no por respuesta.

 

Diego El Cigala

He was as late as he could be in an anglosaxon country. The concert started five minutes late and he didn’t appear until his band warmed up the auditorium, which was quiet but expectant.

Diego El Cigala jumped to the stage from a dark and mysterious room accompanied by the beat of the music of his band and the applause from the audience, which made me have a lot of expectations.

I’m Spanish and I’m not an expert in flamenco although many locals assume that I am. I knew who Diego El Cigala is and I knew his most famous songs but it was late when this singer became part of the soundtrack of my life. Esteban, my friend and flatmate, used to hum his songs many Saturday mornings, when he was making breakfast and the sunlight filled our living room.

Esteban gave me Blanco y Negro (an album of Bebo Valdés & El Cigala) as a present, as he wanted me to enjoy their music in Australia. Since I live in Melbourne, those songs sang from the heart are the background of many of my Saturdays and Sundays, but also of some Mondays, Wednesdays….

Diego, that gipsy who drank something orange and walked in and out of the dark room being so natural and panache, took his audience to the depth of love and the lack of it, the anger, the hatred, the despair, the contradiction and the passion. However, the audience was colder than I expected as they stayed calm even when I felt the lack of inhibition from the beginning of the concert.

I say it again. I am not an expert in flamenco and there’s no need for that. Because you only need to be able to enjoy good things to get into El Cigala’s pained and broken voice. You only need to be able to feel it, and capable to get rid of your own contention.

Good things, as many times, come when least expected. It happened to me the other day, when I was offered the tickets to see El Cigala three hours before his concert. I couldn’t say no.

 

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