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Dos años

14 de marzo, pero de 2014. Ha pasado un año desde mi último post. ¿Hay alguien ahí?

Sería ideal tener que escribir sólo un post al año, por el que me pagaran una nómina millonaria. Así podría olvidarme de las preocupaciones absurdas sobre cómo sobrevivir en un país que no es el mío. Podría ocuparme de lo que de verdad me interesa, que no es otra cosa que escribir. Seguramente, dejaría de buscar excusas para no hacerlo.

Un año pasa volando. Y dos, ni me he dado cuenta. La aventura se ha convertido en vida, los nuevos amigos han pasado a ser pilares, el flirteo ya es en un compañero de vida, la sorpresa a cada paso, una imagen cotidiana.

Sigo por Australia, con un proyecto de vida que nunca imaginé pero que ya se ha convertido irremediablemente en el mío: ser la española en Australia y ser la australiana en España. Eso es ser emigrante. Eso, y mil cosas más.

Ser emigrante es salir de la espiral, si no ser valiente, al menos echarle un par,  es sobrevivir y sacarle partido a todo. Es vivir con menos y vivir más. Es salir del cascarón, mirar con unas lentes que tienen una graduación distinta, aprender que no hace falta tenerlo todo para que algo sea perfecto. Es asumir que ya no tienes una sola casa.

Pero ser inmigrante es también tener momentos de flaqueza, idealizar el pasado, preguntarme qué hubiera sido si…, sentir zozobra cuando me asomo a la incertidumbre de una vida a kilómetros de casa, añorar con todo el alma la simpleza de unas tapas en una terraza cutre de una calle ruidosa y sucia. Es saber que lo que dejé ya no existe y negarme a creérmelo del todo. Ser emigrante es venir a robar esos trabajos que nadie quiere, mal pagados y de muchas horas, aquellos en los que me descuentan los cinco minutos del descanso. Es tener que esforzarme el doble e intentar que nadie piense que soy estúpida porque no fui lo suficientemente rápida contestando en una lengua que nunca será la materna. También es ser demasiado dura conmigo misma, juzgarme y no darme treguas.

Y lo último, ser emigrante es tener la certeza de que no tengo ni una oportunidad en España.

Esa certeza es la que hace que ser inmigrante se haya convertido, por contra, en un motor con el que intento romper mis barreras, mis contradicciones. Es la que me sopla al oído que intentarlo es hacer lo correcto. Es la que hace que también vea la cara positiva, la de las cosas y experiencias nuevas, la del bagaje acumulado, la de la osadía llevada a cabo.

Esa certeza es la que me inspira para inventar una vida distinta que sé que se ha convertido en la mejor oportunidad de todas.

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